No! Yo no vivo pendiente de tu reconocimiento social, de tu estúpida jerarquía, de tu superflua cáscara, no me interesa hablar de mi cuando no corresponde, no existe el motivo de divulgar lo que hago, no hay la necesidad imperiosa de hacer dominio público mis actos, no los considero importantes para demarcarlos en primeras instancias, prefiero oír que hablar, y sí hablo, no es de mi.
Hay veces en las que se adecua a un interlocutor, situándonos en su nivel, exclamando lo que él exclama y guardándonos nuestro real enfoque, reservándonos nuestro real interés por las cosas por miedo a no encontrar el receptor indicado, haciendo cada vez nuestro discurso una mezcla de comedia absurda, la cual, al leerla, nos da risa angustiosa y simpatía afligida.
Hoy grité, bajo ningún motivo aparente, pero grité, escuché por enésima vez aquel tortuoso discurso salir de sus bocas y deduzco que ya no me sentí bien, esa bocanada desabrida, como sacada de la peor de los barrios del bajo mundo, era casi victoriano mi grito, no era desesperado, ni angustioso, fue un grito tan o más desabrido que lo que oía en ese instante, bajo el efecto de haber gritado, caminé, recorrí como en el mejor de los tiempos las calles, simulando una seguridad inexistente y aparentando que las flores olían mejor que en la más envidiable de las praderas del sur.
Recorrí esas latitudes que olvidé en algún momento, o que reemplacé con otras prioridades, hice hincapié en observar; Cautelosos soslayos se escapaban y mi cuerpo emitía la respuesta inminente de lo que miraba.
Me sentía omnisciente, sabia lo que pasaba y no me veían, pero con el transitar del momento, recordé él por qué no podían verme; Yo no existía, al menos en esos Lares, Hablaban el idioma que por mucho no hablé, usando signos y señales que si bien me eran familiares, no dominaba del todo, en fin, preferí ahorrarme la tortuosa angustia y continúe caminando (en los últimos acontecimientos ahorré mucha angustia), supongo que ya no es necesaria.
Pues bien, continué sigilosa por lo que podía encontrar en mi camino, y mientras paseaba aún con esa disimulada pero convincente seguridad, a mi venían aquellas vocecitas con sus discursos mal evocados y narcisistas, los cuales provocaban una sonrisa inclinada, pero muy mezquina, caminé mucho, quizás un par de horas e intenté mirar atrás para notar si había dejado algún lugar importante el cual visitar, y me di cuenta que la calle por al cual venia pasando hace un par de horas, se transformó por completo, aún sentía el perfume penetrante de las flores, y aun me sentía particularmente segura, pero no cabía duda que la calle cambió, el asfalto tomó un color rojizo, con atisbos púrpuras entre baldosa y baldosa, y decidí tomar un descanso, tomé una naranja de mi mochila y mientras disfrutaba de ella miré las cáscaras en el suelo y me pregunté el porqué había iniciado mi paseo, sin encontrar respuesta aparente noté que el color del desperdicio de la fruta no era toronja… Era mi propia cáscara, esa que boté sin motivo aparente, me pregunté si solo se cayó, o fue reemplazada por otra, aún no lo deduzco, y quizás nunca logre averiguarlo, lo importante es que nunca es bueno dejar de caminar, por más que las avenidas se tornen frondosas alamedas y los callejones se asemejen a una calida ciudad, debemos caminar por más que nos pese.No vivo pendiente de reconocimientos ni de que me establezcan en absurdas jerarquías, sólo sé, que aún debo caminar…
.
Escrito por: Makarena F.